Desde que los neoliberales llegaron al poder hace más de treinta años, la política de recortes al presupuesto y de mutilación de los contratos colectivos de trabajadores en contra del sistema educativo, ha permanecido inalterable. Con el actual presidente, la política es la misma, pero más extrema, insidiosa y autoritaria. ¿Qué es, entonces, lo que se festina tanto, con tanta fruición?
En el caso de la educación superior, rasurar las cláusulas laborales, establecer cargas impositivas a prestaciones y aguinaldos, individualizar el sistema de investigadores, entre otras cosas, constituyen una herencia de los supuestamente odiados neoliberales, a los que el presidente sigue, en la práctica, casi con fervor fanático, aunque contradictorio: te imito, aunque te odie.
Pero hay muchos motivos para ir a misa. Aunque se trate de la misma política, «igual a su espejo diario», ha cambiado el discurso. En el lenguaje presidencial se ha sustituido la ideología del eficientismo, del orden en las finanzas y de la «productividad», por el de la lucha contra la corrupción, cuya única utilidad ha sido hasta ahora la de mostrar al presidente como un súper héroe de la lucha social, a costa, desde luego, de los recursos públicos y mediáticos. La misma gata, pero revolcada. El gobierno se disfraza de izquierdista para seguir siendo un vil conservador.
Lo de la lucha contra la corrupción sólo son palabras, un escándalo de chachalacas, porque en la realidad tampoco se ha hecho nada serio para combatir este flagelo social, económico y político. En este aspecto se sigue actuando a lo tradicional, atrapando peces medianos, cortando cabezas de turcos, «sobredimensionando» bagatelas, realizando actos cobardes y vengativos (como el ejercido contra Rosario Robles) y practicando «sacrificios» inútiles (como el de bajarse el salario al principio del sexenio, para terminar ganando más al cabo de los primeros tres años).
Dejando de lado que los índices de corrupción han aumentado en México, en lugar de bajar, en el caso particular de la Universidad Autónoma de Nayarit, el gobierno se ha limitado igualmente a aplicar la política del chivo expiatorio: mantener en la cárcel al líder del SETUAN Luis Manuel Hernández Escobedo, como en la película del gladiador, —donde el emperador se gana el aplauso del pueblo por dar la orden de muerte en contra de los esclavos inocentes arrojados a los leones.
La euforia popular es contagiosa, desde luego; inflama el entusiasmo social, aunque en el fondo sólo se trate un exceso de emoción y poco razonamiento. Todo mundo se conmueve hasta la médula con el discurso del Peje contra la corrupción. ¡Qué sublime manipulación engaña bobos sentimentaloides!
Lo cierto es que los verdaderos estafadores de la universidad siguen afuera, con los bolsillos llenos: Juan López sigue libre y con una fingida orden de aprehensión que sólo significa: «hago como te persigo con la Interpol». Mientras tanto «nos jodemos a la UAN», los traemos a «carrilla» con las auditorías, tronamos la institución desde los sindicatos hasta el CGU; inclusive les cambiamos la ley orgánica, le damos atole con el dedo al rector cada diciembre, y todo el etcétera que ya conocemos año con año.
Mientras tanto, Juanito baila un zapateado en son de burla contra universitarios y nayaritas. Juanito, el “rector inocente” y «vístima» de Veytia, (el que le dio casi 400 millones de pesos de la UAN a unos «vigilantes» para que estos, a su vez, se los «prestaran» con réditos leoninos a la propia universidad), sigue libre, a punto de convertirse también en súper héroe de cómics. ¡Qué ingenio financiero! Pero traer a cuentas a Juan López no representa dividendos políticos, ni para el anterior gobierno, ni para el actual, porque lo que se requiere es un chivo expiatorio que vuelva verosímil la ideología anticorrupción. Usar a los propios cómplices del criminal confeso Edgar Veytia para acusar a Luis Manuel hasta de lo que se va a morir, sí que representa ganancias políticas. Es algo, inclusive, que le ha parecido atractivo al propio presidente de la república, porque constituye una oportunidad de lucirse como súper héroe anticorrupción ante la chairada nayarita.
Ya que el presidente no puede contra los Padilla de la Universidad de Guadalajara, pues hay que madrearse a los «Padillita de la universidad», a los Hernández Escobedo de la UAN y dar un sopapo a la choya de Nacho Peña. Y, sobre todo, aprovechar el petate de la cadavérica corrupción para trinquetear a los profesores y trabajadores universitarios. Al final de cuentas, en este mundo post moderno, las propias «vístimas» aplauden la demagogia del Peje, como si festejaran al cuchillo que habrá de cortarles el cuello. Sí señor: no es mutilación de contratos colectivos, es como usted dice, señor Presidente, «pura austeridad republicana».