Limosnero con garrote
A dos cuadras de mi casa, muy cerca del mercado de abastos, todas las mañanas se pone un señor a pedir dinero. Es un señor ya mayor, como de unos setenta años, siempre trae una gorra puesta, gafas obscuras y su brazo derecho vendado. Con su mano derecha sostiene un largo palo que le sirve de bastón, mientras que, con la izquierda, acerca a los conductores que nos detenemos en el alto de ese crucero una vieja taza de peltre ya despostillada de su pintura azul.
Hace no muchos meses, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde para poder avanzar por la calle ejido, el hombre se me acercó a la ventanilla sin decir una sola palabra, tan sólo extendiendo la taza. Traía aquella mañana un poco de cambio, tal vez 8 o 10 pesos, no lo recuerdo mucho, pero se los eché todos en el traste y le deseé buen día. El señor, con un gesto de descontento vio al interior de la taza y se marchó tal como llegó, sin decirme nada. Por el espejo lateral observé que había vaciado las monedas y se las había echado a la bolsa de su pantalón color caqui.
-Tal vez tiene un mal día el señor- pensé. Y olvidé el asunto.
Quizá dos semanas después, volvió a ocurrir la misma escena. Esta vez iba yo en un indriver y el chavo que lo conducía le dio cinco pesos al señor. Exactamente el mismo gesto de inconformidad hacía el muchacho que, tal vez incómodo, me comentó:
-Oiga amigo, como que se le hizo poquito al señor, ¿verdad? Si supiera que yo le ando chingando desde las seis de la mañana y todavía no completo ni lo de la renta.
-No te sientas mal, a mí me hizo lo mismo hace un par de semanas. Parece que es así con todos- le contesté.
En la otra esquina, pero por la misma calle, pululaba un perro sin dueño, con el cabello maltratado. El animal era criollo y no se veía muy grande de edad, aunque sí de tamaño. Se acercaba a todos los puestos de alimentos en busca de alguna sobra que pudiera comer ese día y aprovechaba los charcos que se generaban gracias a las lluvias y los baches, para tomar agua de ellos. En una ocasión, se acercó a donde mi mamá y yo desayunábamos. Las personas que atienden el puesto de tacos y que saben que los negocios donde mi mamá o yo advertimos que corren a los animalitos callejeros, no los volvemos a visitar jamás, comenzaron a juntar trocitos de carne y gorduras para darle al perrito.
Yo le pedí que le preparara a él también un taco, sin salsas, tan solo la tortilla y la carne. Mi mamá desbarató la tortilla y esa mañana desayunamos los tres juntos. Después de comerse el taco, siguió otro y luego otro. Al menos esa mañana tuvo un desayuno digno.
Me platicó mi mamá, que días después, mientras ella hacía sus compras en el mercado, el mismo perro se le acercó moviendo la cola. Silenciosamente, la acompañó por todo el mercado, de puesto en puesto, mientras hacía sus compras. La esperaba echado en la banqueta. La acompañó hasta la esquina de las calles ejido y rayón, para luego regresar al mercado de abastos.
Mi mamá le dio chicharrones que expresamente le compró en una carnicería a él, así que por lo menos esa mañana también tuvo algo en el estómago. No hemos vuelto a ver al perrito, pero al señor lo veo casi todas las mañanas. Al señor, me hice el propósito de no volverle a dar un solo peso, mientras que, a medida de mis posibilidades, espero poder seguir teniendo la posibilidad de invitarle un taco a algún perrito callejero que se acerque a donde yo esté comiendo.