Coco Chanel pudo haber trabajado como espía para Alemania con el alias de Westminster.
Louis Ferdinand Céline hizo pública su postura antisemita en varios panfletos de la época.
Por: Clara Felis
Tomado de El Mundo
Si se aplicara aquel principio que Darwin incluye en su Teoría de la Evolución, “no es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio”, se podría llegar a entender el comportamiento que tienen muchos de los artistas, cantantes y escritores franceses que durante la ocupación de París por las fuerzas nazis (1940) simpatizan con las fuerzas de Hitler. Coco Chanel, Edith Piaf, Céline, Jean Cocteau o Maurice Chevalier no le hacen ascos al régimen y llegan a obtener un cierto provecho del mismo.
“Si no puedes con el enemigo, únete a él”. Ese fue el principal lema que muchos repitieron cuando se acercaron o incluso trabajaron para los nazis. Uno de los casos más conocidos es el de Gabrielle Bonheur Chanel, también llamada Coco Chanel o Westminster, alias que emplea como espía nazi. La otra faceta que empieza a desarrollar a partir de 1940, cuando se traslada a las habitaciones del hotel Ritz de París, centro de operaciones de las fuerzas alemanas. Allí conoce al oficial alemán Hans Gunter Von Dinklage, que en poco tiempo se convertirá en su amante y mentor del espionaje.
A través de los favores que realiza para ellos, como reclutar nuevos espías o la obtención de secretos, consigue la libertad de su sobrino, preso en un campo de internamiento militar, o la recuperación de Chanel Perfums, la marca de perfumes ligada a su nombre que vende a la familia judía Wertheimer en 1924 y que no puede rescatar al estar protegido por un testamento alemán que le devuelve a sus legítimos propietarios la patente del perfume al acabar la guerra. “Chanel era más que una simpatizante y colaboradora de los nazis.Era una agente numerada de los nazis que trabajaba para la Abwehr, la agencia de inteligencia militar alemana“, afirmó la editorial Knopf con motivo de la publicación de Durmiendo con el enemigo: La guerra secreta de Coco Chanel, escrito por el periodista estadounidense Hal Vaughan.
La otra cara de Chanel
Esta idea se vuelve a reafirmar en el documental La sombra de la duda (L’ Ombre d’un doute), emitido el pasado mes de diciembre por la televisión pública francesa France 3. En él se se indaga en las misiones en las que participó la famosa modista, entre ellas, el supuesto encuentro con Winston Churchill que tuvo lugar en 1943 en Madrid. El objetivo era conseguir una tregua con los ingleses en nombre de Alemania, una propuesta que se queda en agua de borrajas ante la pasividad que muestra Inglaterra al no contestar a la misma.
Las personalidades que conoce en cada uno de sus trabajos le permite salir intacta tras la caída del régimen nazi. Cuando acaba el conflicto, en 1945, y con la antigua resistencia en plena operación limpieza (épuration) que condena a todos aquellos que habían colaborado con Hitler, Coco Chanel es arrestada e interrogada durante dos horas por su supuesta colaboración con los nazis. Unas acusaciones de las que sale impune, entre otras cosas, por sus contactos personales con Churchill. Parte a Suiza donde pasa diez años. En 1953 regresa a Francia para recuperar sus estancias en el Ritz, y allí fallece el 10 de enero de 1971 a los 88 años.
Caótica ambigüedad
La popularidad de sus composiciones permite que Piaf proteja a aquellos que estaban en la lista negra, como el pianista judío Norbert Glanzberg o el músico judío Michel Emer, con el que graba el famoso tema, L’ accordeoniste, y al que Piaf mantiene en la clandestinidad hasta la liberación de París. Aunque este gesto le aproxima a la resistencia francesa, la cantante también actua ante los prisioneros franceses en Alemania e incluso llegó a frenar a un soldado de la resistencia francesa contra los tanques alemanes durante la liberación de París.
“Todo lo que he hecho en mi vida ha sido desobedecer”, afirma en una ocasión, y esa rebeldía infantil, apasionada, caótica, la aplica en su música, en sus actuaciones, en su vida diaria. Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada), el himno que en 1956 conmueve y levanta los ánimos de una Francia derruida y paralizada por la guerra, es la fiel representación de sí misma, de su espíritu, el que le hizo ascender a los cielos y bajar a los infiernos de morfina, alcohol y deudas. Un cocktail molotov que provoca que el 11 de octubre de 1963, con 48 años, la voz aterciopelada y algo gatuna de Edith Piaf enmudezca para siempre. El final maldito de una diva maldita.
Pronazismo francés
El doble juego de Piaf es totalmente contrario al de Louis Ferdinand Céline. El escritor francés que reformula la literatura francesa tradicional en Viaje al final de la noche (1932) donde relata los fantasmas, la crueldad y la vulgaridad de la guerra, se muestra partidario del movimiento nazi y no titubea cuando reconoce sus posturas antisemitas. Así lo muestra en panfletos como Bagatelas para una masacre (Bagatelles pour un massacre), escrito en 1937.
El texto, que causa una fuerte polémica dentro de la sociedad francesa por su contenido incendiario y racista, incluye frases como “Los judíos, racialmente, son monstruos, son híbridos, lobos cazadores que deben desaparecer” , “Me gustaría establecer una alianza con Hitler” “Siempre y en todas partes, la democracia no es más que el biombo de la dictadura judía”. Hastiado por la guerra y cansado de una patria que ya no reconocía, el escritor transmite al público aquel odio, aquella rabia oculta que le lleva a defender el bando contrario. “Un excelente escritor, pero un perfecto cabrón”, así lo define el ex alcalde de París, Bertrand Delanoë.
Su postura pro hitleriana le lleva a ser perseguido tras la liberación de París. Intenta pasar desapercibido en Alemania, pero no lo logra, así que el 27 de marzo de 1945 se traslada con su mujer, Lucette Almansor a Dinamarca donde se le arresta por su colaboración con el gobierno de Vichy. Condenado a un año de prisión en Vestre Faengsel, permanece aislado hasta el 24 de junio de 1947.
Confesión desde la cárcel
Los 365 días que pasa entre rejas le sirven para escribir una serie de misivas a su abogado y a su esposa, recopiladas en Cartas de la cárcel. Publicado en Francia en 1988, la obra reúne 200 textos donde el autor defiende su labor como escritor, los principios de su literatura y su papel como poeta. “¡Basta una sola palabra de mi estilo para hacer que me cuelguen! Soy un autor paradójico, burlesco, efervescente. En mí hay que transponerlo todo. ¡Yo no escribo para el Código Civil!. Soy simplemente un poeta. En aquella época estaba provocando la polémica. No impedía a nadie responderme con la misma tinta y la misma violencia, ¡y no dejaron de hacerlo! Yo no obligaba a nadie a tomarme en serio ni a creerme”.
Durante ese tiempo acusa al Partido Comunista Francés (PCF) de su encarcelación, “se trata en efecto de venganza que ninguna traición motiva… Venganza racial y política y comunista”, escribe en octubre de 1946. Un estado de desasosiego que llega a su fin en 1951 cuando recibe la amnistía que le libra de ser fusilado y le permite volver a París. A su vuelta, se traslada a Meudon, donde muere el 1 de julio de 1961. Al fin y al cabo y como dijo dijo aún en vida, “la muerte es sólo una máquina de limpieza“.