Un cumpleaños diferente.
Un ejercicio de ficción, muy apegado a la realidad.
El frío de las noches de noviembre muerde en el cuerpo. La pérdida de grasa corporal que viene acompañada del adelgazamiento acelerado influye para que el frío cale con mayor ferocidad. El uniforme y la manta que le proporcionaron en el 9penal federal de alta seguridad no son suficientes para entrar en calor. La llamada que recibió temprano de su familia removió sentimientos que le pusieron todavía más nostálgico de lo que ya está. Era el segundo cumpleaños que Roberto Sandoval Castañeda, ex gobernador de Nayarit, pasaba en prisión acusado de corrupción y de tener vínculos con el crimen organizado. Sentado en el camastro que se había convertido en su principal refugio y en el mueble protagonista de la pequeña celda que se había convertido en su hogar desde hacía meses, el exmandatario reflexionaba sobre todo y al mismo tiempo sobre nada en particular.
A sus 53 años de edad, se veía mucho mayor. El pelo encanecido, las ojeras, la delgadez, un encorvamiento ligero y la flacidez de la piel hacían irreconocible a aquel hombre que antes pareciera un atleta lleno de vigor. Los tratamientos estéticos que se hizo en la cara comenzaban a deformar el rostro por falta de terapias para reafirmar sus efectos y el brillo en sus ojos se había ido para dar paso a una opacidad en la mirada propia de quienes han perdido ya toda ilusión.
Otra vez era 15 de noviembre y ahora estaba solo. Allí, en esa celda de 4 metros cuadrados a la que cariñosamente llama “su rancho” o “el ensueño”, añorando mejores tiempos en los que fue amo y señor de enormes propiedades que mandaba remodelar con recursos y personal de la secretaría de obras públicas. En este nuevo “rancho” que habita desde el año pasado tiene fotografías de sus afectos pegadas en la pared, al lado de una estampa de la virgen de Guadalupe está una foto de su madre y otra de su nieta, una más pequeña de sus hijos con su esposa, quien, pese a todo, no le ha dejado solo en el proceso que ahora enfrenta.
El político ha tenido tiempo para pensar, pero sobre todo para recordar y añorar. Bastaba cerrar los ojos para volver a sentir las cálidas felicitaciones de todos sus colaboradores durante los 9 años que dominó la escena política estatal, primero como alcalde y luego como gobernador. Recordaba que a veces tardaba hasta una semana en responder los miles de pines de Blackberry y los mensajes por whatsapp de la gente que se tomaba unos minutos para felicitarlo y desearle lo mejor. Las invitaciones a desayunar, comer y cenar se contaban por cientos ¡Ni se digan las publicaciones en Facebook! Su equipo de comunicación social optó por poner apenas un like a los cientos de felicitaciones que le hacían a través de redes sociales sus colaboradores y en general la mayor parte de la clase política local que de esa manera muestran su adhesión a quien sea que ostente el poder. Los obsequios eran maravillosos también, aunque a un hombre como él, que tenía a su merced el erario de los nayaritas para satisfacer hasta su más superfluo capricho, eso era lo de menos. Amigos suyos que aspiraban a hacer algún negocio al amparo del poder o a ocupar un cargo en la administración pública o, todavía mejor, ser regidores, diputados o alcaldes, acostumbraban hacerle costosos obsequios a los que todo el mundo veía como una inversión; caballos pura sangre, sillas para montar, espuelas, hebillas, camisas de marcas italianas, cadenas de oro con dijes de la virgen de Guadalupe… pero sobre todo un regalo que él demandaba más que ningún otro, la lealtad y el servilismo.
Por alguna razón, la piel se le seguía erizando después de tantos años cada vez que recordaba a alguno de sus funcionarios que iniciaba sus declaraciones o discursos con la frase “como nos ha instruido nuestro amigo, el gobernador Roberto Sandoval Castañeda” … la excitación era mayúscula cada que esos mismos funcionarios remataban con la frase “¡seguro que sí!”. La primera, una frase de protocolo usada desde hace décadas y en la que tan sólo cambia el nombre del titular del Poder Ejecutivo, pero la segunda, es una frase que usaba como muletilla y que alguna consultora política reconoció con potencial para el marketing y que se convirtió en un distintivo para una clase política hambrienta y con deseos de identificarse con el hombre más poderoso de Nayarit.
Ahora esas frases quedaron como mero recuerdo, ocasionalmente, algún custodio se las gritaba a manera de burla, pero no hacía falta, él las tenía bien clavadas en la memoria. Variaban en la voz, pero las frases eran las mismas. Unas veces dichas por Orlando Jiménez Nieves, otras por Gerardo Aguirre, a veces eran Roy Gómez o Candy Yescas los dueños de las voces que se encargaban de traer esas frases de vuelta a su memoria. Si se encontraba de buen humor, el exgobernador era capaz hasta de oler el perfume preponderante en aquellos días de gloria.
Hace todavía 6 años, tuvo que partir no menos de 10 pasteles el 15 de noviembre del 2016. Sus coordinadores de logística llevaban uno a cada evento público que tenía y en todos tenía que fingir estar conmovido cuando le cantaban las mañanitas. Hasta el pastel más malo era mejor que la papilla con frijoles que había comido ese medio día en el penal que él prometió sacar de la ciudad si se convertía en gobernador.
Para sus adentros anhelaba una sola, cualquiera de esas mañanitas que antes tan genéricas le parecían. Recordaba muy bien la fiesta que le organizó la bancada del PRI en la XXXI Legislatura y las palabras tan sentidas del diputado Héctor Santana, quien lo calificó como su “ejemplo a seguir” y “el hermano mayor que le habría encantado tener”, recordó el brindis que en su honor dio Jorge Segura, titular del Poder Legislativo en ese entonces y los abrazos de tantas mujeres a las que había convertido en diputadas y que le entregaban obsequios que incluían estampitas religiosas con algún valor familiar inventado minutos antes para darle mayor emotividad al momento. Any Porras, Angélica Sánchez y Candy Yescas, por mencionar algunas, eran las que más alzaban la voz a la hora de entonar las mañanitas.
Aquellos recuerdos le hicieron sustraerse unos instantes del silencio y la soledad de su celda. Durante el tiempo en que fue prófugo de la justicia tuvo tiempo de sobra para ver cómo muchos de esos personajes a los que él encumbró en el poder empezaron a renegar de su amistad. A través de perfiles falsos en redes sociales, vio cómo muchos de sus otrora amigos eliminaban una a una las fotos que tenían con él en sus redes sociales y también supo cómo otros le entregaban su lealtad a un senador que estaba a punto de convertirse en el nuevo gobernador, con el anhelo muy claro de volver a disfrutar de los privilegios que otorga el poder público.
En una plática en San Pedro Garza García, Nuevo León, donde se escondía de la justicia, no pudo evitar su mohína con esta situación y se quejó amargamente de ello con su amigo, el gobernador Jaime Rodríguez, mejor conocido como “El Bronco”, el único que estuvo dispuesto a auxiliarlo en su intento por huir de la justicia.
-ojalá todos mis amigos fueran como tú, hermano, que te estás jugando el pellejo por mí, pese a que no te apoyé a ti para la grande- le dijo el nayarita.
-así es esta chingadera, hermano, hoy por ti, mañana quizá por mí- le repuso el mandatario que en su campaña presidencial del 2018 propuso cortarle las manos a los ladrones.
Los recuerdos se le fueron agolpando uno a uno y le lastimaban. No se arrepentía de todo lo que había hecho, después de todo, la oportunidad de disfrutar del poder había sido la recompensa por soportar las humillaciones de Ney.
Una vez escuchó una frase que alguien había dicho sobre un papa del renacimiento que, al comprar el trono de San Pedro y resultar electo en el cónclave exclamó: ¡Dios nos ha dado el papado, es nuestra obligación disfrutarlo al máximo!
Algo así sentía él ¿A poco pensaba la gente que era fácil ser gobernador? ¡El poder era para disfrutarse! Mal haría si no, pues le costó mucho trabajo ser gobernador en tan poco tiempo. Logró en tan solo 6 años el sueño que muchos otros no alcanzaron en décadas enteras de su vida.
Para olvidarse del frío, se sumergió en los recuerdos que le hacían hervir la sangre. Tal vez no era nostalgia, tal vez su mente revivía momentos importantes en su ascenso al poder para hacerlo entrar en calor por el coraje.
Recordaba el 2007, cuando era diputado local por el tercer distrito y sufría las humillaciones de Efrén Velázquez, que era el presidente de la Junta de Gobierno del Poder Legislativo. Efrén lo humillaba por su forma de hablar, lo veía muy chico políticamente. En los convivios, no perdía oportunidad para hacerle desaires y en no pocas veces lo había cachado imitando su manera de masticar. Por eso, cuando comenzó a trabajar para la presidencia municipal de Tepic en las elecciones intermedias, sentía enorme satisfacción cada que veía su oficina del congreso llena de personas solicitando gestiones.
¡Los 100 mil pesos que ganaba como diputado eran lo de menos! Él tenía otras fuentes de financiamiento que le permitían darle solución a la mayoría de las peticiones hechas. Equipo deportivo, medicina, libros escolares, material de construcción ¡Lo que fuera! La única contraprestación era asistir a sus reuniones y poner en las ventanas de su hogar una calcomanía tricolor con la figura de un sombrero. Esa calca que, conforme avanzaron sus aspiraciones y parecía que el PRI le cerraría las puertas de la candidatura a Tepic, se volvió blanca para no descartar una eventual candidatura por el PAN o el PRD, partido este último del que su tío era dirigente estatal. Efrén dominaba la escena como presidente del Congreso, pero él, Roberto Sandoval, comenzó a sacarle una ventaja en las encuestas que lo hacían prácticamente inalcanzable. Se sentía además envalentonado por su amigo, el diputado Eruviel Ávila, presidente del Congreso del Estado de México y cercano al gobernador de aquella entidad, Enrique Peña Nieto, quien apostaba fuerte para ser el siguiente presidente de México.
Su primer triunfo fue ese: hacerse con la candidatura del PRI a la presidencia municipal de Tepic pese a los obstáculos impuestos por Ney González.
Recostado en el camastro de su celda, en la cara de Roberto se dibujaba una ligera sonrisa. Ser presidente municipal de Tepic había sido un gran logro, pues le abría la puerta de la gubernatura… pero lo que más disfrutó por aquellos días fue chingarse a Efrén Velázquez, que aspiraba a ese cargo.
Vino después la gubernatura. Otra vez tuvo que luchar contra ese pinche narizón de Ney, que quería imponer a toda costa al insípido de su cuñado. El gobernador no lo toleraba, esencialmente por un duelo de egos que los dos estaban imposibilitados para controlar. Su conflicto se hacía cada vez mayor: Ney tachaba a Roberto de ignorante y mentiroso cada que podía y el otro no se ocultaba para calificar al gobernador como un payaso corrupto. En cierta manera, ambos tuvieron razón.
Su etapa de gobernador era lo que más le dolía ahora en la soledad. Los recorridos por todos los municipios del estado, la gente que salía de su casa apresurada para irle a conocer, las invitaciones a comer, las anécdotas de alguna gestión, la zalamería de sus funcionarios y de aquellos a los que había invitado a gobernar a su lado, el dinero, los negocios fáciles, los lujos, todo eso que acompaña al poder y que vuelve tan fácil caer en las tentaciones para quien no tiene principios ¿principios? ¡Para qué! ¡Con principios no se compran ranchos ni caballos pura sangre!
Ahora estaba allí, solo. Ocasionalmente se mandaba mensajes con otros reos que eran huéspedes igual que él de ese penal que no sólo no sacó de Tepic, sino que ahora había generado un sentimiento de pertenencia hacía él.
Sumergido en sus pensamientos, un recuerdo le cruzó por la cabeza como un rayo violento:
Su esposa le había dicho esa mañana durante la llamada para felicitarlo que Ney González era prófugo de la justicia. Que en su contra había órdenes de aprehensión y que seguramente no tardaría en caer.
En ese momento, una mueca apareció en su rostro. Los músculos faciales trataron de dibujarla lo mejor que pudieron, aunque tenían mucho sin hacerlo. Era una sonrisa, o al menos el intento de una. A la sonrisa siguió una carcajada.
-¡Que se lo chinguen!- exclamó para él mismo.
Él se lo merece más que yo. Fue un hijo de la chingada y ahora anda prófugo como yo lo estuve. La diferencia es que yo era un luchador, yo sabía de las calles. Este cabrón nació en pañales de seda, por eso le decían el príncipe de la Mololoa… ahora va a saber lo que es bueno ¡que se lo chinguen, seguro que sí!
La noticia de la persecución de Ney le mitigó el frío más que la manta y, sin lugar a dudas, fue el mejor regalo de cumpleaños para el ex gobernador de Nayarit.