Ha muerto Eduardo del Río “Rius”
Muere ‘Rius’, maestro de ‘moneros’
Rubicela Morelos, corresponsal, Fabiola Palapa, Ana Mónica Rodríguez, Reyes Martínez y Ángel Vargas.
Tomado de: La Jornada
Considerado uno de los máximos exponentes de la caricatura mexicana, maestro informal de muchos mexicanos y formador de conciencias, el caricaturista y escritor Eduardo del Río, Rius, falleció la madrugada de este martes, a la edad de 83 años, en su casa de Tepoztlán, Morelos.
La causa de deceso del autor de Los Agachados y Los Supermachos fue insuficiencia respiratoria y cáncer de próstata, informaron familiares y amigos que se encontraban en la funeraria Gayosso de Cuernavaca, donde se preparó el cuerpo para ser trasladado a la Ciudad de México.
Citlalli, hija de Rius, dijo que ella y su madre perdieron a su padre de manera física; pero expresó que todo el trabajo del dibujante se queda con ellas y con todos los que se rieron con sus caricaturas y los que han leído sus libros.
A la funeraria llegaron integrantes de los frentes en defensa de Tepoztlán, los que lamentaron la muerte del artista y aseguraron que ‘‘se les fue un compañero de sus luchas’’, como cuando se opusieron al club de golf y ahora a la ampliación de la autopista La Pera-Cuautla.
El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad recuerda que Rius participó en la campaña No más sangre, que impulsan desde 2011 contra la violencia e inseguridad en Morelos y el país.
El caricaturista, cuya salud estaba muy deteriorada, en el homenaje que se le rindió el año pasado en el Museo del Estanquillo (La Jornada, 9/12/16), explicó que hacía dos meses lo habían diagnosticado como ‘‘enfermo terminal’’ de cáncer y con el humor que lo caracterizaba dijo: ‘‘Es alguien que se va a morir, así que todos éramos enfermos terminales. Ahorita el cuerpo médico se hace cargo de mí y me está garantizando que voy a morir en perfecto estado de salud”, expresó.
Rius, en su autobiografía Mis confusiones: memorias desmemoriadas, escribió que hizo ‘‘toda la lucha que le tocaba para tratar de que las cosas mejoren en México y que no iba a parar de hacerlo, pues se consideraba un marxista-masoquista que no tiraba la toalla.
‘‘Mejor la agarro y me limpio las manos como Herodes (¿o Pilatos?, ya estoy confundido), y me concreto a despedirme deseándoles lo mejor para sus apreciables y distinguidas familias, madrecitas incluidas. Ahí les encargo mi México Particular esperando se mejore con la ayuda de todos ustedes. (Atentamente Eduardo del Río García)”
La secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, dijo en su cuenta de Twitter que “con el deceso de Rius, creador de un estilo renovador, termina una época de la caricatura política y de divulgación. Mi pésame a sus deudos”.
Eduardo del Río figuró entre los máximos exponentes de la caricatura mexicana e hizo del humor una forma de vida, se trazó un objetivo y lo cumplió: cultivar la caricatura. Por ello en cada uno de sus libros de historietas rompió con la solemnidad para abordar con humor temas de filosofía, capitalismo, marxismo, historia, religión y hasta nutrición vegetariana.
Durante más de cinco décadas orientó, divirtió y formó a miles de vegetarianos y ateos.
Entre el amor y el humor, así transcurrió la larga y prolífica vida del caricaturista nacido el 20 de junio de 1934, en Zamora, Michoacán, ícono y referente de la caricatura política y literatura didáctica del México del siglo XX, que se mantuvo activo hasta el último momento.
Postulaba que ‘‘uno es viejo cuando se siente viejo, y todavía no me siento así. Será porque sigo trabajando, a lo mejor si dejo de hacerlo sí me cae el viejazo y ni cuenta me voy a dar”.
Autor de historietas clásicas como Los Supermachos y Los Agachados, con las cuales revolucionó esa expresión en México, siempre sostuvo que el humor es, en parte, como el amor, y reconocía a ambas expresiones como el motor principal de su existencia.
‘‘Hay que conservarlo toda la vida, porque sin amor ésta no es vida; aclaro que amor en el sentido amplio de la palabra, no sólo en la cosa sexual, ¡eh! El amor al prójimo, a los animales, a la vida, etcétera. Y es igual al humor, porque éste es una forma de ver la existencia. Me ha sostenido con vida para poder seguir trabajando y sobreviviendo”, dijo en una entrevista con La Jornada.
Eduardo del Río Rius fue un hombre de sonrisa permanente, comentarios amables y señalamientos precisos y críticos, cáusticos e irreverentes, además de un refinado y contagioso sentido del humor.
A su ingenio y talento no se le escapaba nada, y si algo lo caracterizó fue su afán desmedido de conocimiento de diversos ámbitos.
Eso lo llevó a producir una sorprendente cantidad de libros con temas variopintos, más de 110 títulos, desde religión hasta historia, de economía hasta nutrición, de educación hasta marxismo, de sexo hasta filosofía.
Incluso, el fallecido escritor Carlos Monsiváis decía que “en México había tres instituciones educativas: la Secretaría de Educación Pública (SEP), Televisa… y Rius”.
‘‘He dedicado mi trabajo de toda la vida a tratar no de educar, sino de crear un poco de conciencia en las personas. Los resultados cada quien los puede definir”, decía el dibujante.
‘‘Hago mis libros como una manera de aprender. Nada más tengo como diploma de estudios hasta quinto de primaria. Entonces, al mismo tiempo que estoy haciendo un libro para que la gente se ilustre sobre cierto tema, yo también lo estoy aprendiendo.”
La biografía del caricaturista, quien comenzó su carrera en 1954, en la revista Ja-Já, lo describe como una persona inquieta y trabajadora; un hombre polifacético que incursionó en diferentes facetas y quehaceres.
Lo mismo fue burócrata que embotellador, profesor sin título que seminarista, mensajero, vendedor de jabón que enterrador de una reconocida funeraria, así como cajista.
Cuba para principiantes, de 1966, es su primer libro. Ahí volcó su simpatía por la revolución cubana, a partir del humor y la caricatura con un lenguaje accesible y ameno. En 1994 publicó Lástima de Cuba. El grandioso fracaso de los hermanos Castro, donde, con el mismo tono, plasmó sus opiniones, ya entonces críticas hacia la isla.
La fórmula de humor y lenguaje llano para trabajar contenido político la aplicó en sus historietas Los Agachados y Los Supermachos, publicadas a finales de los años 60 del siglo pasado.
Rius colaboró en las revistas más importantes de México y en vaios periódicos de circulación nacional, entre ellos La Jornada. Fue creador de revistas de humor político, como La Garrapata y El Chahuistle, así como El Chamuco y Los hijos del Averno.
Severo crítico del sistema político, el imperialismo, el consumismo y la religión, Rius gustaba decir con sorna que tenía ‘‘un pacto con el diablo” el cual le permitió dibujar durante más de seis décadas y ‘‘volver ateos” a todos los que pudiera.
De posición progresista, tenía la convicción de que era necesario ‘‘resucitar a la izquierda” otra vez, aunque matizaba diciendo que ya no contaran con él, que cambiar al país era algo que corresponde a las nuevas generaciones.
Reconocido con el Premio Nacional de Periodismo de México en caricatura en 1987 y en 2010 por trayectoria, Rius estaba convencido de que el humorismo es una rama menospreciada de la filosofía.
‘‘Los grandes filósofos son muy serios; a veces cuesta trabajo entender todo lo que exponen o dicen. En cambio, el humor es lo que hace reír a la gente, y eso le da mucha envidia a los filósofos, similar a lo que ocurre con los pintores hacia los caricaturistas”, expresaba.
‘‘El humorismo, a mi modo de ver, consiste, en buena parte, en burlarse de la gente, de los defectos de la sociedad, la metida de pata de los gobernantes. Por ejemplo, los caricaturistas tenemos el privilegio de poder burlarnos casi impunemente del Papa para abajo y para arriba; igual hacemos chistes sobre Dios y el Espíritu Santo o las vírgenes que sobre los presidentes de la República, que además cada vez dan más materia.”
También sostenía que detrás del humorismo hay casi siempre una sonrisa amarga, acaso hasta cruel: ‘‘Los humoristas tenemos fama de ser muy pesimistas, porque nuestro trabajo no se basa en la ilusión ni en la esperanza, sino en la realidad, y ésta es muy cabrona, dura”.
‘‘Nos nutrimos de eso, no de una cosa abstracta, sino de lo que está ocurriendo; la vida es terrible. Además, es una forma de ver la vida. Siempre es mucho más agradable vivirla de buen humor que amargado o estar todo el tiempo renegando.”
El caricaturista veía al humor como una manera de hacer más ligera ‘‘la jodida realidad” de los mexicanos. ‘‘Sin humor, no sé adónde iría este pueblo. El único desquite que tenemos los mexicanos es reírnos de los poderosos que nos están jodiendo, y sin ello este pueblo ya hubiera desaparecido, ya seríamos otra estrella más en la gloriosa bandera gringa”.
Y afirmaba que lo cábula del humor nacional proviene de herencia genética, desde que surgieron los primeros mexicanos, que eran los hijos de la chingada, como los llamó adecuadamente Octavio Paz.
‘‘Eran hijos de la violación, y pues buscaron alguna forma de revancha y se volvieron unos cábulas. La única forma que tenían de defenderse de los gachupines era el choteo, la burla”, dijo en otra entrevista con este diario.
‘‘Y eso persiste hasta la fecha, pero ahora hacia los gobernantes. Es una especie de desquite que tiene el mexicano luego de que esos señores le están dando en la madre.”
El maestro jamás asumió su trabajo dentro de la caricatura como una especie de revancha contra los poderosos. Más bien lo veía como una defensa de los que no tienen voz.
‘‘Me he preocupado por dirigirme al lector. Sé que mentarle la madre al gobernante no sirve para nada. A lo mejor lo agarra uno de malas y se desquitan con uno, como me pasó con Gustavo Díaz Ordaz”, dijo.
‘‘He procurado que en mi trabajo haya más el deseo o la intención de politizar, de concientizar a los lectores. Que tomen conciencia de lo que es este país, de lo mal que estamos y de lo que podemos hacer para cambiarlo.”
Elena Poniatowska lo consideró como uno de los grandes educadores de México del siglo XX. Los mexicanos no le damos tanta importancia a las cosas serias de la vida; lo que más nos critican es que somos una bola de irresponsables que llegamos tarde a todas partes, pero creo que es una forma de vida que deberían envidiarnos los extranjeros.
Sus colegas El Fisgón, Hernández y Trino lo describieron como “genio incomprendido, obispo fracasado y eterno curioso”, quien descubrió que mediante el humor los lectores comprenden mejor temas religiosos, filosóficos y de sexualidad.
Entre los más de cien libros que Rius publicó figura el Manual del perfecto ateo, con el cual se ganó la excomunión.