Trump: Charlatán, ilusionista, vendedor
por: Justo Serna
El estado general es de confusión, de aturdimiento. Ignoramos aún los efectos, las consecuencias. Pero, qué quieren, nos tememos lo peor de Donald J. Trump.
Leemos la prensa y lo comprobamos: se multiplican los artículos y los diagnósticos (casi clínicos) que tratan de desentrañar la naturaleza obstinada y errática de sus decisiones y de sus obsesiones.
Yo he leído biografías del personaje y algún que otro libro de memorias. Es tan desolador lo que aprendes que efectivamente temes lo peor.
En cierta ocasión, un biógrafo le preguntó si se había analizado, si había acudido a alguna terapia. La respuesta fue terminante: “No me gusta analizarme porque tal vez no me guste lo que encuentre”. Sin duda es consciente de sí mismo y sin duda demuestra ser un tipo jocundo, siniestramente jocundo. Se sabe manipulador.
Donald J. Trump reúne al menos tres condiciones que lo hacen temible para el cargo que desempeña.
Es un charlatán a tiempo completo, es decir, su verborrea inacabable y sus ideas y ocurrencias le impiden demorarse, le impiden reflexionar, le impiden actuar con prudencia, cosa que tampoco desea. El habla desatada le permite ser temerario, dejando aparte las consecuencias de su verbo facundo. Eso le obliga a saltarse la lógica y la congruencia. Por supuesto, esto desconcierta y desarma a quienes aplican el orden y el concierto a la vida, que podemos ser muchos, o incluso la mayoría.
Es un ilusionista a tiempo completo, es decir, se vale constantemente de trucos, de juegos que despistan y que trasladan la observación del objeto. Como mago que es, Trump sabe que ha de enredar, sabe que ha de desplazar la atención. No para tapar lo que debe permanecer oculto, sino por máxima exhibición: cuanto más se expone más aturde, más confunde.
Es un vendedor a tiempo completo, es decir, lo suyo es un negocio. Eso significa que no hay acto que él emprenda que sea desprendido. Todas sus actuaciones tienen un único fin: vender su mercancía a pesar de la resistencia o la indiferencia de sus potenciales compradores, que ahora son siempre espectadores, que ahora somos todos.
Charlatán, ilusionista y vendedor. Y, por encima de todo manipulador: multimillonario caprichoso, excéntrico, amante de la ostentación y poseedor de lujos inverosímiles.
Ha sabido gobernar sus intereses y sobre todo ha sabido gobernar a los demás, a sus subordinados. Ha sabido manejarlos a su antojo haciendo de ellos una clase de servicio.
¿Cómo? Con incentivos positivos y negativos, engatusándolos o amenazándolos, ofreciéndoles riquezas y compensaciones o castigándolos, en fin, con puniciones y venganzas materiales.
“En mi vida”, decía ya en 1987, “he demostrado que sé hacer bien dos cosas: vencer obstáculos y motivar a los buenos colaboradores para que den lo máximo de sí”. Por supuesto, Trump ya se valía de una neolengua. Lo anterior puede traducirse con otras palabras. Permítanme estas falsas comillas…
“En mi vida he demostrado que sé hacer bien dos cosas. La primera es convertir a mis oponentes en obstáculos, cosa que me obliga a vencerlos, en efecto, pues yo no puedo operar teniendo rivales, hecho que me fuerza a destruir al adversario, a desligitimar a quienes se me oponen.
La segunda cosa es convertir a mis subordinados en meros instrumentos; es explotar para mí todo su potencial, es sacar de ellos lo que siempre me pueda beneficiar. Son servidores y, como tales, me deben rendición. Yo soy el dueño de las ideas, de mis ideas, y soy, pues, un hombre de convicciones”. Fin de la cita.
Un político con convicciones y sólo con convicciones es un ser temible, decimos con Max Weber. Un tipo así es capaz de cualquier cosa porque se lo dictan su idea y su cavilación. Un político con poder, con mucho poder, siempre intimida, pero si ese mandatario es capaz de aplicar su credo sin atenerse a razones, si atemperarse, entonces es miedo lo que provoca.
Eso lo sabe Trump desde antiguo y además lo pone ahora en escena, lo representa con actos y enunciados realizativos. Es decir, que se cumplen, que se ejecutan, en el momento de realizarlos. De ahí, el teatro de la firma, esa sucesión de órdenes ejecutivas que al ser rubricadas en público no sólo se dictan.
Al dramatizarse el acto para el objetivo de la cámara convierte en este hecho en ilustración ejemplarizante, en decisión representada. La decisión se toma en otra parte, pero se materializa con pompa y circunstancia, con palmeros que rodean al presidente y con espectadores que asisten al teatro de operaciones. En fin…
“Sería profundamente injusto decir que Trump miente todo el tiempo”, admite Mark Singer. “Jamás me atrevería a sugerir que miente cuando está dormido”, añade con sorna.
Por otra parte, si se trata de dormir, es sabido que un manipulador suele dormir poco tiempo. Concretamente, según nos indican sus biógrafos, Trump únicamente duerme cuatro horas al día. Él mismo lo ha confesado.
“Sospecho”, admite Singer, “que se debe menos a que funcionalmente requiere de poco sueño, que a su inquietud ante la incapacidad de manejar su subconsciente. Tal vez cuatro horas sea el máximo periodo de tiempo que puede resistir sin tener todo bajo control. Nunca lo sabremos”.