Obama despide su sueño en Chicago
El presidente saliente dice adiós a su mandato bajo el espectro de la victoria del ‘trumpismo’
por: Amanda Mars
Tomado de: EL PAÍS
Cuando en 1989 Ronald Reagan se despidió de los estadounidenses, a punto de dejar la presidencia, dijo que en América los grandes cambios empezaban a la hora de la cena, en la mesa, cuando las familias se reunían. Reagan se fue convencido de haber llevado a cabo una “revolución” -no solo en su país, sino en el mundo-, había transformado la economía e inyectado optimismo en la sociedad, creía haber fundado un nuevo patriotismo.
Barack Obama se despide este martes a la hora de la cena, en el lugar que le vio nacer como político y activista: Chicago, una de las ciudades más peligrosas y racialmente segregadas de Estados Unidos, una metrópolis pendenciera, pero también vibrante, rica, imponente. Es un pedazo de tierra que, al fin y al cabo, resume Estados Unidos, que recuerda las cuentas pendientes de todas las supuestas revoluciones, las de Reagan o las de Obama.
Este último llegó a la presidencia hace ocho años sobre una ola de entusiasmo juvenil que sirvió para acuñar el término de Obamanía, que esta adquiera o no la categoría de revolucionaria lo dirá la posteridad. Revolución, en puridad, solo se aplica a ese conjuntos de cambios tras los cuales no hay marcha atrás. En su discurso de esta noche, el presidente demócrata tratará de demostrar que no debería haberla tampoco ahora.
El traspaso de poderes está cargado de liturgia en Estados Unidos, donde todo acontecimiento político, en realidad, se envuelve de solemnidad y espectáculo. En este trozo del mundo, un buen discurso en un día grande se venera, se convierte en un hito en sí mismo. La despedida del presidente, una tradición implantada por George Washington en 1796, es uno de esos momentos para la altura de miras: el mandatario cuenta lo que quería hacer y logró; a veces, confiesa lo que no consiguió; dice qué significa América, hacia dónde debe caminar. Esta noche, en el centro de convenciones McCormick, se hablará de valores.
Hace ocho años, George Bush hijo, republicano, cedió así el testigo al joven demócrata Barack Obama: “Dentro de cinco días, el mundo será testigo de la vitalidad de la democracia americana, en una tradición que viene de nuestra fundación, la presidencia pasará a un sucesor escogido por vosotros, los americanos. Al pie de las escaleras del Capitolio habrá un hombre cuya historia refleja la permanente promesa de nuestra tierra. Este es un momento de esperanza y orgullo para toda la nación”.
La llegada a la Casa Blanca del primer negro era presentada por su rival político como una prueba de que el sueño americano seguía vigente y palpable, y así lo presentó Bush en su adiós, como una credencial. Y ahora, ¿qué cuenta la victoria de Donald Trump de América? ¿Qué cuenta de la presidencia de Obama?
El final dulce del activista de Chicago hubiese sido dejar la Casa Blanca en manos de Hillary Clinton, otrora adversaria, después aliada y, por último, elegida como garante de su legado (legado, otro concepto rimbombante de la política americana). Sin embargo, el ascenso al poder de Trump se ha cimentado, entre otros elementos, en el discurso de un nacionalismo blanco que cree que el país ha ido a peor.
El desenlace pone en cuestión su obra, pero no puede verse como una enmienda a la totalidad de la Obamanía, de aquella revolución. Así lo argumenta, por ejemplo, el analista político Jonathan Chait, que acaba de publicar un libro sobre la era Obama, Audacity (Audacia). “Sigue siendo el político más popular de América, él no perdió, lo hizo Hillary, a pesar de su asociación con el presidente, no a consecuencia de esta”, afirma. Para Chait, el presidente demócrata “ha cambiado la percepción de Estados Unidos en el mundo y también muchas actitudes internas, la tolerancia, los derechos de los homosexuales…”
La ciudad resplandeciente en lo alto de la colina, otro concepto de la mitología reaganiana, en el universo Obama significaría que otra forma de pensar América se haya abierto paso de forma irreversible, aunque su sucesor tumbe la reforma sanitaria o finiquite la apertura con Cuba. Que la idea de Obama, pese a todo, sobreviva en las mesas familiares, a la hora de la cena, la verdadera revolución.