Centenario de la entrada de Villa y Zapata al DF
Cuando los ejércitos campesinos tomaron la Ciudad de los Palacios
El domingo 6 de diciembre de 1914, los destacamentos del Ejército Libertador salieron de San Ángel hacia la Calzada de la Verónica, en el rumbo de San Cosme, donde habrían de encontrarse con las tropas de la División del Norte. En su marcha, la columna del sur se engrosó con otros contingentes que habían permanecido acantonados en Tlalpan, Coyoacán y Churubusco. Sin contratiempos siguieron por Mixcoac, Tacubaya y cruzaron Chapultepec hasta llegar al punto de reunión. A estas alturas, ya se anticipaba la sorpresa que causaría el desfile de los 58 mil hombres del sur y del norte con sus armas, sus corazones y cuerpos marcados en las batallas recientes.
A la vanguardia iba un pelotón de caballería compuesto por fuerzas de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur, en seguida venían a caballo Villa y Zapata, el primero “con flamante uniforme azul oscuro y gorra bordada” y el segundo “de charro”.
En un momento del trayecto, Villa perdió su quepí, que cayó al suelo, y Zapata, mostrando sus grandes dotes de charro, sin bajarse del caballo y todavía en movimiento, se agachó y recogió la prenda, entregándosela al Centauro del Norte. La apoteósica jornada culminó cuando Villa acompañado por Zapata se sentó en la silla presidencial y sonriente se tomó la foto que pasaría a la posteridad, mientras el Caudillo del Sur, veía receloso a la cámara.
La presencia de Villa en la Ciudad de México tuvo sus momentos anecdóticos. Al igual que Obregón fue al Panteón Francés a rendirle honores a Madero. El Centauro lloró amargamente frente a la tumba del “apóstol de la democracia” y siendo realmente sincero su cariño hacia don Panchito, decidió cambiar el nombre de la calle de Plateros por el de Francisco I. Madero, jurando que mataría a quien se atreviera a cambiarlo nuevamente.
El anecdotario no puede dejar fuera la zozobra que vivió la capital del país durante la estancia de villistas y zapatistas. Vasconcelos recordaba: “La permanencia de Villa en la capital acarreaba desprestigio y escándalo. Sus oficiales se presentaban en los restaurantes más concurridos, bebían, comían y firmaban vales en vez de pagar. Lo que nosotros ahorrábamos en un mes, Villa y su gente lo gastaban en una noche de orgías.”
“La vida diaria de los habitantes de la ciudad –escribió Bertha Ulloa– llegó a volverse insoportable cuando, además de las pugnas entre villistas y zapatistas, otros elementos contribuyeron a amargársela: la escasez de los artículos de primera necesidad, el aumento de precios, lo corto de los salarios, la abundancia del papel moneda y su poco poder adquisitivo. La miseria y el hambre provocaron saqueos, asaltos, huelgas, manifestaciones y la contrapartida de los tiroteos de la policía para restablecer el orden.”
Esos difíciles meses para la capital del país, fueron los únicos en que la sociedad pagó su indiferencia y falta de politización. El asesinato de Madero no sólo significó la pérdida de una vida humana, sino el abierto rechazo a los principios democráticos que había tratado de instaurar en México. No existía la posibilidad del perdón.
Tomado de: La Jornada y WikiMexico