Hay dolor, aunque esté lejos
De entrada ofrezco una disculpa por el tema y por la imagen; nada más antes de ayer, una de mis amigas me confió su necesidad de ver belleza, de leer esperanza y de reír. Y esto es algo que intento compartir porque yo también lo necesito.
Sin embargo, hay días así, momentos en que una chispa, o como en mi caso de hoy, una fotografía, me obliga a escribir algo muy distinto…
Porque además de vivir el dolor, estamos obligados a ver vivir el dolor en los otros pequeños mundos de nuestro mundo.
Y ese dolor, en alguna de nuestras células espejo, duele, retumba y revive.
Porque no hay pérdida más terrible que la de un hijo.
Hay formas de defensa contra dolor si está lejos, porque miramos hacia otro lado, o como nos dicta el instinto, preferimos reír, escuchar a Mozart o ver un juego de fútbol.
Todo ese es tiempo ganado contra la semilla amarga, siempre y cuando nuestras acciones se enfoquen hacia la luz.
Y creo que es un privilegio individual elegir nuestras formas de defensa, variopintas y cambiantes, pero saber lo que son y para qué sirven dentro de nuestro camino individual.
Porque detrás de la pared, o del muro, más allá de la calle y cerca de alguna de las fronteras inventadas, o aún más lejos, en cualquiera de los otros pequeños mundos, donde las banderas o los símbolos religiosos sólo sirven para matar, el miedo duele, y el dolor duele mucho más.
Y todo porque la realidad heredada y que luego hemos ido creando hasta este día, nos ha moldeado con ignorancia y miedo, y nos retrata, y con ello nos demuestra que la exigencia prioritaria, interior, quizá deba estar mucho más cerca de la comprensión, del respeto y de la compasión.
Porque no es mucho lo que podemos hacer por esos pequeños y lejanos mundos de nuestro mundo, pero sí es mucho, todo, lo que podemos hacer cuerpo adentro.
En el pequeño planeta interior, donde todo puede ser transformado, al servicio del bien.
Que así sea.
Lo deseo de todo corazón.