Prioridades.
Hace meses, cuando recibí la primera dosis de la vacuna contra el Covid, me sentí muy mal. Esa noche, como todavía no sentía ningún malestar, decidí ir al cine.
Al término de la función, pese a que mis planes eran venirme a casa caminando después de salir del cine, no pude hacerlo, me sentía incapaz de caminar por el cansancio y el mareo.
Llegué a casa y le pedí a mi mamá de favor que me echara un ojo si se despertaba al baño, pues no me sentía del todo bien.
Como a las 3 de la mañana, me desperté con una sensación de escalofrío terrible. Quería gritarle, pero la voz no me salía de la garganta. Haciendo un esfuerzo enorme, le marqué al teléfono de casa, sin mucho éxito. Necesitaba apagar el ventilador y necesitaba también otra cobija para mitigar el frío, pero yo no podía ponerme en pie, de verdad me sentía muy mal.
Minutos después, vi que la luz se encendió. Mi mamá abrió la puerta de mi habitación y me encontró allí, agonizando. Apagó el ventilador y me echó encima una cobija, acto seguido, me dijo – bueno, con eso vas a tener, si te pones más mal, me avisas-, para luego irse y perderse en la obscuridad del pasillo que da a su cuarto. Tuve que sobrevivir sólo aquella madrugada.
Hoy llego a casa y encuentro a Sonajero, un freench-poodle que rescatamos hace 11 años y que tiene tos desde hace unos días, tapado con un cobertor calientito que me obsequió mi padrino Elpidio Cortés el día de mi bautizo, comiendo caldo de pollo y con trapos calientes en el pecho, oloroso todavía a mamisán, después del masaje que mi mamá le dio en las patas para que entraran en calor. Mi mamá me pidió no hacer ruido para no despertar al perrito. Cuestión de prioridades.