EL GÜERO.
Por: Ulises Rodríguez.
Hace mucho escuché de un amigo una de las frases que más me ha gustado en la vida: “No es tan importante saber filosofía como vivir con filosofía”. Aunque mi amigo últimamente ha desviado su camino, la frase no deja de ser contundente. La he recordado mucho gracias a un personaje del mercado de abastos, al poniente de Tepic. No sé su nombre, pero le dicen “el güero” y vende tacos de puerquito echado todos los sábados, por la calle construcción, entre Rayón y Pedraza.
La piel sonrojada, los ojos de color, el bigote bien recortado, la cachucha y un mandil color naranja son las características que mejor describen la apariencia de este señor que, me parece, ha entendido la vida mejor que muchas otras personas.
Hace no mucho me llamó la atención de su parte la actitud que mostró hacia un indigente que se acercó a pedir comida a su puesto. Tengo el mal hábito de esperar para saber la reacción de las personas con quienes están en desventaja pues, creo que ese es un buen parámetro para saber a qué atenernos con ellos. Era un muchacho, estaba sucio y le pidió permiso al güero, más con señas de sus manos que con el hilillo de voz que salía de su garganta, para pedir dinero entre los comensales que allí estábamos.
– ¿tienes hambre? – le respondió el taquero, con voz fuerte y haciendo también la mímica de llevarse algo a la boca. El muchacho asintió.
Acto seguido, el güero tomó un plato de unicel y preparó dos tacos bien servidos. Los llenó de carne, de repollo y salsa en las mismas cantidades que los que nos había vendido a cualquiera de nosotros. No hizo menos al muchacho. Le dio también un trozo de limón y un par de servilletas. Sirvió agua de Jamaica en un vaso desechable y se lo ofreció al joven quien se fue a una banqueta a comer.
-cómetelos en la mesa, nomás si viene cliente ya te levantas. Para que estés más cómodo- le dijo al desvalido, aunque éste prefirió comer en la banqueta.
El gesto me llamó la atención. Es poco común advertir esa generosidad en los puestos de comida, cuyos dueños o trabajadores suelen ser esquivos o desdeñar a quien les pide algo de ayuda.
-no se preocupe, yo pago lo del muchacho- le dije.
-no hace falta, amigo, a mí Dios me da más- fue su respuesta.
Dio un par de golpes con un cuchillo de hoja amplia y cuadrada y luego prosiguió con su alegato.
A mí no me perjudica darle esos tacos al amigo. No sé si tenga mucho sin comer o si haya comido esta mañana, pero a mí no me quita nada. Lo que le di ahorita, otro cliente me lo deja de propina. Son unas por otras. También le doy a los perritos, ¡pobres! A ellos les aparto las sobras de comida. No sé si hago bien o mal, pero me siento bien haciéndolo y Dios me ha dado una buena vida.
En ese taquero he reconocido mayor filosofía que en muchos otros hombres que presumen grados académicos, cargos públicos o fortunas personales. No sé si el güero lea filosofía, pero estoy seguro de que vive con filosofía. He visto en él también -al menos en esos gestos- un mejor ejemplo de lo que debe ser “el amor al prójimo” que predicó un hombre de Galilea hace poco más de dos mil años, algo que no he visto en personas que no se quitan Dios de la boca y la biblia de las manos.
Cada que estoy en Tepic procuro visitarlo y echarme unos tacos. Quise escribir esta reflexión tan distinta a lo que siempre escribo porque, mientras los análisis políticos que publico le quitan a uno pedazos de tranquilidad, historias como la del güero me devuelven la esperanza. Son los tipos como él los que hacen que este mundo sea un mejor lugar para vivir y uno por el que siempre valga la pena luchar desde cualquiera que sea nuestra trinchera.
Sus tacos, por cierto, con una coquita de vidrio bien helada, son la entrada al mismo paraíso.